miércoles, 24 de marzo de 2010

Testimonio del peregrinaje de una escolar con déficit atencional

A sus nueve años, ha sido expulsada de tres colegios y enfrenta su tercera advertencia de matrícula condicional. Al igual que muchos niños que tienen el síndrome, en los establecimientos no la reciben o la expulsan a mitad de año. Incluso, le han pedido que sólo estudie cuatro horas, el lapso que dura la acción del Ritalín. Esta es su historia.

por Paulina Salazar

"¿Por qué no te gusta ir al colegio?", pregunta Angie, su mamá. "Porque la tía no me quería". Con sólo nueve años, A.M.M. se sienta y se para repetidas veces; prende y apaga el televisor; calienta comida, pero desvía su atención a otra cosa. Todo, bajo la atenta mirada de su madre.

Esas conductas la han llevado a una odisea por colegios de Maipú: tres la han expulsado y hoy, en cuarto básico, enfrenta su tercera advertencia condicional. El colegio municipal, al cual llegó por recomendación del Mineduc, le puso un ultimátum: toma medicamentos o se va.

"Se nos va de las manos"

"Su hija se nos va de las manos", fue la respuesta que obtuvo Angie, en 2007, mientras la niña cursaba primero en un colegio subvencionado de la Ciudad Satélite. Un año antes había sido diagnosticada con déficit atencional con hiperactividad, pero los padres habían preferido no darle Ritalín, por su edad.

Pero cuando la niña empezaba primer año básico, no hubo otra opción. El colegio había advertido que A.M.M. debía recibir tratamiento o irse. La niña comenzó a obedecer, pero sólo algunas semanas. Luego, no hubo efectos y en noviembre, la menor se quedó sin matrícula.

Angie pasó el verano de 2008 en la calle. Después de recorrer muchos colegios, encontró uno donde aceptaron a su hija. Pero, apenas iniciado el año escolar, las quejas ya se acumulaban. "Le decían ponte derecha y ella se ponía de lado", explica la mamá.

La solución dada por el establecimiento fue que asistiera sólo hasta las 11.30, las horas que duraba el efecto del Ritalín. Pero en mayo, la madre escuchó, por segunda vez, que debería irse a otro colegio. Angie volvió a recorrer las calles, esta vez, buscando una institución que aceptara a su hija a mitad del primer semestre. Lo encontró, a cuadras de su casa, en un establecimiento con un proyecto educativo alternativo.

A.M.M. no encajó. En las mañanas, la niña se encerraba en su pieza a llorar. "Mamita, no quiero ir", repetía. Tras los cambios, se había vuelto más impulsiva. "Empezó a pelear, porque los niños la rechazaban y ella les pegaba; la profesora la sentaba sola". La jornada escolar consistía en estudiar sola en inspectoría.

"Cada vez que escuchaba el teléfono, pensaba que era el director. Llegaba a temblar", cuenta. En una de esas llamadas, recibió insólitas instrucciones: debía acompañar a su hija a clases. Con más de 30 años, Angie volvió al colegio. No para estudiar, sino para controlar a su hija. Tuvo que dejar el trabajo.

Pero la menor tampoco se adaptó. Mientras los niños corrían en el recreo, A.M.M. se quedaba en la sala aferrada a la cintura de su madre.

Como Angie no podía seguir acompañando a su hija, el colegio optó por cerrarle el año escolar con seis notas y un 30% de asistencia.

Me gusta el colegio

Un colegio municipal fue el encargado de recibir, en 2009, a una niña de ocho años, arisca y con rabia. "Le expliqué todo al profesor. Pese a los 45 alumnos, él la atiende con paciencia, le encarga labores, como recoger los cuadernos. Cuando termina antes una actividad, le da tarea extra", explica. La escolar ahora tiene amigos y le gusta ir al colegio.

A mediados de 2009, Angie suspendió el medicamento, porque los dos padres estaban cesantes. Desde entonces, está condicional hasta que inicie el tratamiento. Era su tercera vez. Ahora es evaluada por un neurólogo.
Mineduc: "No puede haber expulsión"

Manuela Pérez, aboga del 600 Mineduc, recomienda que si un niño es diagnosticado con déficit atencional, el colegio y la familia tienen que hacer una pauta de manejo que establezca metas.

No puede haber discriminación ni expulsión injustificada en los establecimientos. "Esto sólo se justifica cuando un estudiante se convierte en un peligro para la integridad física del resto de la comunidad educativa, lo que tiene que ser acreditado. El colegio tiene que agotar todas las medidas para acoger a los niños con este síndrome", explica.

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