jueves, 4 de febrero de 2010

Estudiantes de pedagogía tienen bajas expectativas de los alumnos pobres

Una investigación demuestra que en Chile el prejuicio de que el nivel social del niño determina su futuro académico está muy arraigado entre los profesores, incluso desde primer año de universidad.

“Marcela es una niña que asiste a una escuela municipal de Pudahuel. Vive con sus padres y es la segunda de tres hermanas. Su madre es trabajadora de casa particular y su padre está actualmente cesante. Ella tiene un nivel de inteligencia promedio, pero en matemáticas se está sacando malas notas… Hace un tiempo, solía tener una actitud positiva hacia la escuela y era bien evaluada por sus profesores. Pero las últimas semanas, ha faltado repetidamente a clases y recibido varias anotaciones por mala conducta... Sus padres han tenido reuniones con el profesor, pero la situación no mejora”.

Esta pequeña historia fue la que tuvieron que analizar 54 estudiantes de Pedagogía Básica y Parvularia, y luego contestar un cuestionario durante una investigación realizada por la Universidad Diego Portales. El objetivo era determinar hasta qué punto influye el origen socioeconómico de los niños en el nivel de expectativas que sobre ellos tienen los aspirantes a profesores.

¿Qué apoyo necesitará Marcela?, ¿Cuál es su futuro académico?, fueron algunas de las preguntas que debieron contestar. Y las respuestas no fueron muy alentadoras. Los futuros maestros atribuyeron a la protagonista de la historia una baja autoestima, inestabilidad y lentitud en su aprendizaje. Dijeron que, probablemente, necesitaría apoyo extraescolar. Pero que, aún así, no tendría un futuro muy promisorio, ya que le auguraron un posible abandono de la escuela, que repetiría de curso o bien, que obtendría un mal puntaje en la PSU.

Otros 54 aspirantes a profesores evaluaron una historia muy similar. Con sólo unas pequeñas diferencias: el protagonista tenía los mismos problemas, pero vivía en Las Condes, su madre era médico, su padre abogado y estudiaba en un colegio particular. Eso bastó. La mirada de los futuros maestros fue diametralmente opuesta: el niño probablemente también necesitaría apoyo adicional, pero su futuro académico no estaba en riesgo.

“Los sujetos actúan en base a sus creencias. Si esperas menos de los alumnos, harás menos acciones para que estos niños mejoren su rendimiento. Uno de los factores que más explican el rendimiento es la expectativa del profesor”, dice Jaime Balladares, quien junto a Francisca del Río lideró la investigación.

EFECTO COMPROBADO
Son muchas las investigaciones que demuestran la incidencia que tienen las expectativas de los profesores en el rendimiento de sus alumnos.

Una de éstas corresponde a la realizada por Juan Casassus, especialista de la Unesco en Chile: los niños cuyos profesores tienen altas expectativas sobre sus habilidades obtienen hasta 22 puntos más en el Simce de Lenguaje y de Matemáticas. En cambio, cuando los docentes creen que el éxito o fracaso de los alumnos depende más de las condiciones del hogar, tienen resultados muy inferiores.

Pero la investigación de la UDP es la primera en Chile que demuestra que este prejuicio parte mucho antes de que los profesores lleguen a las aulas de las escuelas. Y que la formación que reciben en las universidades -que debiera corregir esta mirada, otorgándoles la convicción de que cuentan con las herramientas para sacar adelante a niños de escasos recursos- simplemente falla.

De hecho, entre los estudiantes de Pedagogía Básica y de Parvularia que participaron de la investigación, un grupo pertenecía a primer año de carrera y otro, a quinto. Es decir, estaban a punto de egresar. Sin embargo, el prejuicio respecto de que el nivel social de los niños determinaba su futuro académico disminuía un poco en el grupo de quinto año, pero seguía siendo muy fuerte. “Este debiera ser un tema transversal en la formación de profesores, ya que es ahí donde se tienen que cambiar estas creencias”, dice Francisco del Río.

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